Alejandro Villén
Cuenta la historia que a finales del siglo XVI,
coincidiendo con una gran epidemia de peste en los reinos de Sevilla, Galicia y
Granada, aparecieron en el Sacromonte las reliquias de San Cecilio, el primer
obispo de Granada, y sus compañeros mártires, que habían venido a predicar el
Evangelio. Junto a los restos, se encontraron los libros plúmbeos que contaban
las doctrinas del Santo.
Para salvar a la población de una violenta
epidemia, el Cabildo pidió protección a los Santos Mártires con un voto solemne
por el que la ciudad subiría todos los años, cada 1 de febrero, a ofrecerle al
Patrón una ofrenda de incienso y flores. Y así ha sido desde entonces. Aunque
en los años 60 la celebración perdió el esplendor de antaño, a finales de los
setenta el ayuntamiento se preocupó por poner en valor una tradición tan
popular y granadina, recuperándose la ceremonia tal y como se planteó en sus
orígenes: un acto cívico religioso con un estricto ritual (elección de
comisarios por parte del Ayuntamiento y Abadía, visitas protocolarias, ceremonial
durante la procesión y Eucaristía…), al que suceden festejos populares en la
explanada frente a la Abadía, mientras se degustan las tradicionales habas con
‘salaíllas’ regadas por vino mosto granadino. La tradición, incluía la
invitación a las autoridades de tortilla del Sacromonte, jamón con habas y
glorias de bizcochos del convento de Zafra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario